„Ciertos improperios clásicos que en el honesto ambiente burgués de mi familia resultaban malsonantes (aunque hoy día, con el paso del tiempo, suenan sin escándalo en las bocas más inocentes), eran dirigidos por mí en las peleas pueriles a otros chicos de mi edad, o incluso a mis propios hermanos. ‘¿De dónde has sacado tú esas palabrotas?’, me preguntaba con asombro mi madre. Y se quedaba desconcertada al saber que provenían nada menos que de las páginas de la obra magna de la literatura universal.“

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