„Era como si realizáramos una de esas complicadas danzas cortesanas modeganas en que las parejas se sitúan a escasos centímetros uno del otro, pero (si son buenos bailarines) sin llegar a tocarse.Así llevábamos la conversación, pero no solo nos faltaba el tacto para guiarnos: también parecíamos sordos. De modo que danzábamos con mucho cuidado, sin saber exactamente qué música escuchaba el otro, sin saber siquiera si el otro estaba bailando.“

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