„Vetinari suspiró. El hombre preocupado que tenía delante, tan considerado por la vida que esquivaba las arañas al quitar el polvo, había inventado una vez una máquina que disparaba perdigones de plomo con fuerza y velocidad tremendas. Se le ocurrió que podía ser útil contra animales peligrosos. Había diseñado una cosa capaz de destruir montañas enteras. Se le había ocurrido que podía ser útil para la industria minera. Era un hombre que, en su pausa para merendar, podía garabatear un instrumento de destrucción masiva inimaginable en los espacios en blanco que rodeaban un exquisito dibujo de la frágil belleza de la sonrisa humana. Con una lista de partes numeradas. Y si se le recalcaba aquel hecho, respondía: ah, pero una cosa así haría que la guerra fuera completamente imposible, ¿no lo ve? Porque nadie se atrevería a usarlo.“

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