„La terquedad que manifiestan en perpetuarse las instituciones envejecidas se parece a la obstinación del perfume rancio que quisiera embalsamar nuestros cabellos; a la pretensión del pescado podrido que quisiera ocupar un buen lugar en la mesa; a la persecución de las mantillas del niño que quisieran vestir al hombre; a la ternura de los cadáveres que volvieran para abrazar a los vivos. «¡Ingratos! —dicen las mantillas—. Os he protegido contra el mal tiempo. ¿Por qué no os servís de nosotras?» «Vengo del mar», dice el pescado. «He sido una rosa», dice el perfume. «Os he amado», dice el cadáver. «Os he civilizado», dice el convento. A todo esto no hay más que una respuesta: «Sí; en otros tiempos.“

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