„Blanca, en cambio, se había acostumbrado a vivir sola. Terminó por encontrar pazen sus quehaceres de la gran casa, en su taller de cerámica y en sus Nacimientos deanimales inventados, donde lo único que correspondía a las leyes de la biología era laSagrada Familia perdida en una multitud de monstruos. El único hombre de su vida eraPedro Tercero, pues tenía vocación para un solo amor. La fuerza de eseinconmovible sentimiento la salvó de la mediocridad y de la tristeza de su destino.Permanecía fiel aun en los momentos en que él se perdía detrás de algunas ninfas depelo lacio y huesos largos, sin amarlo menos por ello. Al principio creía morir cada vezque se alejaba, pero pronto se dio cuenta de que sus ausencias duraban lo que unsuspiro y que invariablemente regresaba más enamorado y más dulce. Blanca preferíaesos encuentros furtivos con su amante en hoteles de cita, a la rutina de una vida encomún, al cansancio de un matrimonio y a la pesadumbre de envejecer juntoscompartiendo las penurias de fin de mes, el mal olor en la boca al despertar, el tediode los domingos y los achaques de la edad. Era una romántica incurable. Alguna veztuvo la tentación de tomar su maleta de payaso y lo que quedaba de las joyas delcalcetín, e irse con su hija a vivir con él, pero siempre se acobardaba. Tal vez temíaque ese grandioso amor, que había resistido tantas pruebas, no pudiera sobrevivir a lamás terrible de todas: la convivencia. Alba estaba creciendo muy rápido y comprendíaque no le iba a durar mucho el buen pretexto de velar por su hija para postergar lasexigencias de su amante, pero prefería siempre dejar la decisión para más adelante.En realidad, tanto como temía la rutina, la horrorizaba el estilo de vida de PedroTercero, su modesta casita de tablas y calaminas en una población obrera, entrecientos de otras tan pobres como la suya, con piso de tierra apisonada, sin agua y conun solo bombillo colgando del techo. Por ella, él salió de la población y se mudó a undepartamento en el centro, ascendiendo así, sin proponérselo, a una clase media a lacual nunca tuvo aspiración de pertenecer. Pero tampoco eso fue suficiente para Blanca.El departamento le pareció sórdido, oscuro, estrecho y el edificio promiscuo. Decía queno podía permitir que Alba creciera allí, jugando con otros niños en la calle y en lasescaleras, educándose en una escuela pública. Así se le pasó la juventud y entró en lamadurez, resignada a que los únicos momentos de placer eran cuando salíadisimuladamente con su mejor ropa, su perfume y las enaguas de mujerzuela que aPedro Tercero cautivaban y que ella escondía, arrebolada de vergüenza, en lo mássecreto de su ropero, pensando en las explicaciones que tendría que dar si alguien lasdescubría. Esa mujer práctica y terrenal para todos los aspectos de la existencia,sublimó su pasión de infancia, viviéndola trágicamente. La alimentó de fantasías, la idealizó, la defendió con fiereza, la depuró de las verdades prosaicas y pudo convertirlaen un amor de novela.“
„Son muy pocos aquellos de entre nosotros que no se han despertado a veces antes del alba, o después de una de esas noches sin sueños que casi nos hacen amar la muerte, o de una de esas noches de horror y de alegría monstruosa, cuando se agitan en las cámaras del cerebro fantasmas más terribles que la misma realidad, rebosantes de esa vida intensa, inseparable de todo lo grotesco, que da al arte gótico su imperecedera vitalidad, puesto que ese arte bien parece pertenecer sobre todo a los espíritus atormentados por la enfermedad del ensueño. Poco a poco, dedos exangües surgen de detrás de las cortinas y parecen temblar. Adoptando fantásticas formas oscuras, sombras silenciosas se apoderan, reptando, de los rincones de la habitación para agazaparse allí. Fuera, se oye el agitarse de pájaros entre las hojas, o los ruidos que hacen los hombres al dirigirse al trabajo, o los suspiros y sollozos del viento que desciende de las montañas y vaga alrededor de la casa silenciosa, como si temiera despertar a los que duermen, aunque está obligado a sacar a toda costa al sueño de su cueva de color morado. Uno tras otro se alzan los velos de delicada gasa negra, las cosas recuperan poco a poco forma y color y vemos cómo la aurora vuelve a dar al mundo su prístino aspecto. Los lívidos espejos recuperan su imitación de la vida. Las velas apagadas siguen estando donde las dejamos, y a su lado descansa el libro a medio abrir que nos proponíamos estudiar, o la flor preparada que hemos lucido en el baile, o la carta que no nos hemos atrevido a leer o que hemos leído demasiadas veces. Nada nos parece que haya cambiado. De las sombras irreales de la noche renace la vida real que conocíamos. Hemos de continuar allí donde nos habíamos visto interrumpidos, y en ese momento nos domina una terrible sensación, la de la necesidad de continuar, enérgicamente, el mismo ciclo agotador de costumbres estereotipadas, o quizá, a veces, el loco deseo de que nuestras pupilas se abran una mañana a un mundo remodelado durante la noche para agradarnos, un mundo en el que las cosas poseerían formas y colores recién inventados, y serían distintas, o esconderían otros secretos, un mundo en el que el pasado tendría muy poco o ningún valor, o sobreviviría, en cualquier caso, sin forma consciente de obligación o de remordimiento, dado que incluso el recuerdo de una alegría tiene su amargura, y la memoria de un placer, su dolor.“
„Mátenme al alba. Con cuchillos [ilegible] y con cuchillas oxidadas. Estaré en cuclillas esperando. Salva tu amor. No lo salves. Desafección y mierda violenta que aprendió a expresarse en nuestros días mediante fórmulas atroces como «hacer el amor» y «asumir la responsabilidad» y «negar el pasado» y «el hombre es lo que se hace». No hay más que la memoria, maravilla sin igual, horror sin semejanza. Hace mucho que me entregué a las sombras. Y no me contenta mi destino sombrío, mi destino asombrado. Me han asolado, me han agostado. Libérame de ti pues te amo y no estás. No me hables. No te apostes en mis rincones preferidos. Estás aquí. Me deliras. Me cortas las cintas de colores que me aliaban a las niñas que fui. Me abandonas loca furiosa, comiendo sombras furiosamente, girando convulsa con las manos espantadas, revolcándome en tu huida hasta los atroces orgasmos y gritos de bestia asesinada. Pero te amo. A ti te asumo, ante ti sin pasado ni relojes ni sonidos. Sucia y susurrante, leve, ingrávida, llena de sangre y de sustancias sexuales, húmeda, mojada, reventando de calor, de sangre que pide. Me dañas la columna vertebral, tantos días despeñada sobre tu cuerpo imaginado. Me dañas la cabeza que di contra las paredes porque no sabía qué hacer salvo esto: que debía golpearme y castigarme ya que tú no venías. Con tu sonrisa de paraíso exactamente situado en el tiempo y en el espacio. Con tus ojos que sonríen antes que tus labios. En tus ojos encuentro mi persona súbitamente reconstruida. En tus ojos se acumulan mis fragmentos que se unen apenas me miras. En tus ojos vivo una vida de aire puro, de respiración fiel. En tus ojos no necesito del conocimiento, no necesito del lenguaje. En tus ojos me siento y sonrío y hay una niña azul en el jardín de un castillo. Ahora que no estás me atrae la caída, la mierda, lo abyecto, lo denigrante. Salgo a la calle y siento la suciedad, la ruina. Entro en los bares más siniestros y tomo un vino como sangre coagulada, como menstruación, y me rodean brujas negras, perros sarnosos, viejos mutilados y jóvenes putos de ambos sexos. Yo bebo y me miro en el espejo lleno de mierda de moscas. Después no me veo más. Después hablo en no sé cuál idioma. Hablo con estos desechos que no me echan, ellos me aceptan, me incorporan, me reconocen. Recito poemas. Discuto cuestiones inverosímiles. Acaricio a los perros y me chupo las manos. Sonrío a los mutilados. Me dejo tocar, palpar, manos en mi cuerpo adolescente que tanto te gustaba por ser ceñido y firme y suave. («La lisura de tu vientre, tus caderas de efebo solar, tu cintura hecha a la medida de mis manos cerrándose, tus pechos de niña salvaje que los deja desnudos aun cuando llueve, tu sexo y tus gritos rítmicos, que deshacían la ciudad y me llevaban a una selva musical en donde todo confabulaba para que los cuerpos se reconozcan y se amen con sonidos de leves tambores incesantes. Esas noches en que hacíamos el amor debajo de las grandes palabras que perdían su sentido, porque no había más que nuestros cuerpos rítmicos y esenciales… Y ahora llueve y tengo náuseas y vomito casi todo el día y siempre que hay un olor espantoso en la calle, un olor a paquete olvidado, a muerto olvidado. Y tengo miedo. Eso quería decir: que no estás y tengo miedo.»)“