„Nieva sobre Edimburgo el 16 de abril de 1874. Un frío gélido azota la ciudad. Los viejos especulan que podría tratarse del día más frío de la historia. Diríase que el sol ha desaparecido para siempre. El viento es cortante; los copos de nieve son más ligeros que el aire.¡Blanco! ¡Blanco! ¡Blanco!Explosión sorda. No se ve más que eso. Las casas parecen locomotoras de vapor, sus chimeneas desprenden un humo grisáceo que hace crepitar el cielo de acero. Las pequeñas callejuelas de Edimburgo se metamorfosean. Las fuentes se transforman en jarrones helados que sujetan ramilletes de hielo. El viejo río se ha disfrazado de lago de azúcar glaseado y se extiende hasta el mar. Las olas resuenan como cristales rotos. La escarcha cae cubriendo de lentejuelas a los gatos. Los árboles parecen grandes hadas que visten camisón blanco, estiran sus ramas, bostezan a la luna y observan cómo derrapan los coches de caballos sobre los adoquines. El frío es tan intenso que los pájaros se congelan en pleno vuelo antes de caer estrellados contra el suelo. El sonido que emiten al fallecer es dulce, a pesar de que se trata del ruido de la muerte. Es el día más frío de la historia. Y hoy es el día de mi nacimiento. […]Fuera nieva con auténtica ferocidad. La hiedra plateada trepa hasta esconderse bajo los tejados. Las rosas translúcidas se inclinan hacia las ventanas, sonrojando las avenidas, los gatos se transforman en gárgolas, con las garras afiladas. En el río, los peces se detienen con una mueca de sorpresa. Todo el mundo está encantado por la mano de un soplador de vidrio que congela la ciudad, expirando un frío que mordisquea las orejas. En escasos segundos, los pocos valientes que salen al exterior se encuentran paralizados, como si un dios cualquiera acabara de tomarles una foto. Los transeúntes, llevados por el impulso de su trote, se deslizan por el hielo a modo de baile. Son figuras hermosas, cada una en su estilo, ángeles retorcidos con bufandas suspendidas en el aire, bailarinas de caja de música en sus compases finales, perdiendo velocidad al ritmo de su ultimísimo suspiro.Por todas partes, paseantes congelados o en proceso de estarlo se quedan atrapados. Solo los relojes siguen haciendo batir el corazón de la ciudad como si nada ocurriera.“
„Puedo escribir los versos más tristes esta noche.Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».El viento de la noche gira en el cielo y canta.Puedo escribir los versos más tristes esta noche.Yo la quise, y a veces ella también me quiso.En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.La besé tantas veces bajo el cielo infinito.Ella me quiso, a veces yo también la quería.Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.Puedo escribir los versos más tristes esta noche.Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.La noche está estrellada y ella no está conmigo.Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.Mi alma no se contenta con haberla perdido.Como para acercarla mi mirada la busca.Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,mi alma no se contenta con haberla perdido.Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.“