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bocanada
Relacionado con: bocanada
„Toda la amargura de la existencia le parecía servida en su plato, y, con el humo del cocido, subían desde el fondo de su alma algo así como otras bocanadas del hastío“
„Hay que luchar por cada bocanada de aire y enviar la muerte al carajo.“
„Y la Baronesa era culpable. Había muerto gente. Y Wolfgang… bueno, algunas personas simplemente eran naturalmente culpables. Era así de simple. Cualquier cosa que hacían, se convertía en un crimen, simplemente porque eran ellas las que lo hacían. Exhaló una bocanada de humo. No se debería permitir a personas como ésas salir de las cosas simplemente muriendo.“
„Miquel soltó una bocanada de aire. Cuando era inspector solía decir que nadie es bueno ni malo, que todo depende de las circunstancias. Y decía que cada ser humano tenía luces y sombras.“
„«En lo que se refiere a Dios hay que creer, no razonar», decía Herbert. «Si razonas, Dios se esfuma como una bocanada de humo.»“
„Pude respirar, me pareció que la bocanada de aire llegaba desde mi estómago. Siempre puedo respirar cuando alguien explica las cosas.“
„Dijo: “Te quiero”. Entonces me di cuenta de que era la primera vez que me lo decía, más aún; que era la primera vez que lo decía a alguien. Isabel me lo hubiera repetido veinte veces por noche. Para Isabel, repetirlo era como otro beso, era un simple resorte del juego amoroso. Avellaneda, en cambio, lo había dicho una vez, la necesaria. Quizá ya no precise decirlo más, porque no es juego: es una esencia. Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero que era casi asfixiante, insoportable. Ahí, en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma, hecha un ovillo. “Hasta ahora no te lo había dicho”, murmuró, “no porque no te quisiera, sino porque ignoraba por qué te quería. Ahora lo sé”. Pude respirar, me pareció que la bocanada de aire llegaba desde mi estómago. Siempre puedo respirar cuando alguien explica las cosas.“
„Al salir del velorio había movido una taza vacía frente a mí. Había dicho: «He leído su suerte en el café». Yo iba hacia la puerta, entre las otras muchachas y oía la voz de él, honda, convincente, apacible: «Cuente siete estrellas y soñará conmigo». Al pasar junto a la puerta vimos al niño de Paloquemado en la cajita, la cara cubierta con polvos de arroz, una rosa en la boca y los ojos abiertos con palillos. Febrero nos mandaba tibias bocanadas de su muerte y en el cuarto flotaba el vaho de los jazmines y las violetas tostadas por el calor. Pero en el silencio del muerto, la otra voz era constante y única: «Recuérdelo bien. Nada más que siete estrellas».“