„He aquí algo sobre el honor de los poetas. Yo tenía diecisiete años y unos deseos irrefrenables de ser escritor. Me preparé. Pero no me quedé quieto mientras me preparaba, pues comprendí que si así lo hacía no triunfaría jamás. Disciplina y un cierto encanto dúctil, ésas son las claves para llegar a donde uno se proponga. Disciplina: escribir cada mañana no menos de seis horas. Escribir cada mañana y corregir por las tardes y leer como un poseso por las noches. Encanto, o encanto dúctil: visitar a los escritores en sus residencias o abordarlos en las presentaciones de libros y decirles a cada uno justo aquello que quiere oír. Aquello que quiere oír desesperadamente. Y tener paciencia, pues no siempre funciona. Hay cabrones que te dan una palmadita en la espalda y luego si te he visto no me acuerdo. Hay cabrones duros y crueles y mezquinos. Pero no todos son así. Es necesario tener paciencia y buscar. Los mejores son los homosexuales, pero, ojo, es necesario saber en qué momento detenerse, es necesario saber con precisión qué es lo que no uno quiere, de lo contrario puedes acabar enculado de balde por cualquier viejo maricón de izquierda. Con las mujeres ocurre tres cuartas partes de lo mismo: las escritoras españolas que pueden echarte un cable suelen ser mayores y feas y el sacrificio a veces no vale la pena. Los mejores son los heterosexuales ya entrados en la cincuentena o en el umbral de la ancianidad. En cualquier caso: es ineludible acercarse a ellos. Es ineludible cultivar un huerto a la sombra de sus rencores y resentimientos. Por supuesto, hay que empollar sus obras completas. Hay que citarlos dos o tres veces en cada conversación. ¡Hay que citarlos sin descanso! Un consejo: no criticar nunca a los amigos del maestro. Los amigos del maestro son sagrados y una observación a destiempo puede torcer el rumbo del destino. Un consejo: es preceptivo abominar y despacharse a gusto contra los novelistas extranjeros, sobre todo si son norteamericanos, franceses o ingleses. Los escritores españoles odian a sus contemporáneos de otras lenguas y publicar una reseña negativa de uno de ellos será siempre bien recibida. Y callar y estar al acecho. Y delimitar las áreas de trabajo. Por la mañana escribir, por la tarde corregir, por las noches leer y en las horas muertas ejercer la diplomacia, el disimulo, el encanto dúctil. A los diecisiete años quería ser escritor. A los veinte publiqué mi primer libro. Ahora tengo veinticuatro y en ocasiones, cuando miro hacia atrás, algo semejante al vértigo se instala en mi cerebro. He recorrido un largo camino, he publicado cuatro libros y vivo holgadamente de la literatura (aunque si he de ser sincero, nunca necesité mucho para vivir, sólo una mesa, un ordenador y libros). Tengo una colaboración semanal con un periódico de derechas de Madrid. Ahora pontifico y suelto tacos y le enmiendo la plana (pero sin pasarme) a algunos políticos. Los jóvenes que quieren hacer una carrera como escritor ven en mí un ejemplo a seguir. Algunos dicen que soy la versión mejorada de Aurelio Baca. No lo sé. (A los dos nos duele España, aunque creo que por el momento a él le duele más que a mí). Puede que lo digan sinceramente, pero puede que lo digan para que me confíe y afloje. Si es por esto último no les voy a dar el gusto: sigo trabajando con el mismo tesón que antes, sigo produciendo, sigo cuidando con mimo mis amistades. Aún no he cumplido los treinta y el futuro se abre como una rosa, una rosa perfecta, perfumada, única. Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?“
„En cuanto al fin que nos proponen Plinio y Cicerón, la gloria, estoy muy lejos de tenerla en cuenta. La inclinación más contraria al retiro es la ambición. La gloria y el reposo no pueden alojarse en el mismo albergue. Por lo que veo, estos sólo tienen los brazos y las piernas fuera de la multitud; su alma y su intención continúan, más que nunca, atadas a ella: b | Tun’ uetule auriculis alienis colligis escas? [Entonces, viejo, ¿trabajas sólo para alimentar los oídos ajenos? ] a | Se han echado atrás solo para saltar mejor, y para, con un movimiento más fuerte, penetrar más vivamente en la muchedumbre. ¿Queréis ver cómo se quedan cortos por un pelo?Comparemos las opiniones de dos filósofos [Epicuro y Séneca], y de dos escuelas muy diferentes, uno escribiendo a Idomeneo, otro a Lucillo, amigos suyos, para apartarlos de la administración de los negocios y de las grandezas, y dirigirlos hacia la soledad. Hasta ahora has vivido —dicen— nadando y flotando; ven a morir al puerto. Has entregado el resto de tu vida a la luz, entrega esta parte a la sombra. Es imposible abandonar las tareas si no renuncias a su fruto; así pues, deshazte de toda preocupación por el nombre y por la gloria. Existe el peligro de que el brillo de tus acciones pasadas te ilumine en exceso, y te siga hasta el interior de tu guarida. Abandona, junto a los demás placeres, el que brinda la aprobación ajena; y, en cuanto a tu ciencia y capacidad, no te importe: no perderán su eficacia porque tú valgas más que ellas. Acuérdate de aquel que, cuando le preguntaron para qué se esforzaba tanto en un arte que no podía ser conocido por mucha gente, respondió: «Me basta con pocos, me basta con uno, me basta con ninguno». Tenía razón. Tú y un compañero sois teatro de sobra suficiente el uno para el otro, o tú para ti mismo. Que el pueblo sea para ti uno solo, y que uno solo sea para ti todo el pueblo. Es una ambición cobarde pretender obtener gloria de la ociosidad y del ocultamiento. Tenemos que hacer como los animales, que borran su rastro a la entrada de su guarida. No has de buscar más que el mundo hable de ti, sino cómo has de hablarte a ti mismo. Retírate en tu interior, pero primero prepárate para acogerte; sería una locura confiarte a ti mismo si no te sabes gobernar. Uno puede equivocarse tanto en la soledad como en la compañía. Hasta que no te hayas vuelto tal que no oses tropezar ante ti, y hasta que no sientas vergüenza y respeto por ti mismo, c | obuersentur species honestae animo [que se ofrezcan imágenes honestas al espíritu], a | represéntate siempre en la imaginación a Catón, Foción y Aristides, ante los cuales aun los locos ocultarían sus faltas, y establécelos como censores de todas tus intenciones. Si estas se desvían, la reverencia por ellos te devolverá al camino. Te retendrán en la vía de contentarte contigo mismo, de no tomar nada en préstamo sino de ti, de detener y fijar el alma en unos pensamientos definidos y limitados donde pueda complacerse; y, tras haber entendido los verdaderos bienes, que se gozan a medida que se entienden, de contentarse con ellos, sin ansias de prolongar la vida ni el nombre. Este es el consejo de la verdadera y genuina filosofía, no de una filosofía ostentosa y verbal, como es la de los dos primeros.“
„La muerte podía estar en una bolsa de cacahuetes, en un trozo de carne que se te atravesara, en el siguiente paquete de cigarrillos. Siempre te andaba rondando, de guardia en todas las estaciones de control entre lo mortal y lo eterno. Agujas infectadas, insectos venenosos, cables mal aislados, incendios forestales. Patines que lanzaban a intrépidos chiquillos a cruces muy transitados. Cada vez que te metes en la bañera para darte una ducha, Oz te acompaña: ducha para dos.Cada vez que subes a un avión, Oz lleva tu misma tarjeta de embarque. Está en el agua que bebes y en la comida que comes. «¿Quién anda ahí?», gritas en la oscuridad cuando estás solo y asustado, y es él quien te responde: Tranquilo, soy yo. Eh, ¿cómo va eso? Tienes un cáncer en el vientre, qué lata, chico, sí que lo siento. ¡Cólera! ¡Septicemia! ¡Leucemia! ¡Arteriosclerosis! ¡Trombosis coronaria! ¡Encefalitis! ¡Osteomielitis! ¡Ajajá, vamos allá!Un chorizo en un portal, con una navaja en la mano. Una llamada telefónica a medianoche. Sangre que hierve con ácido de la batería en una rampa de salida de una autopista de Carolina del Norte. Puñados de píldoras: anda, traga. Ese tono azulado de las uñas que sigue a la muerte por asfixia; en su último esfuerzo por aferrarse a la vida, el cerebro absorbe todo el oxígeno que queda en el cuerpo, incluso el de las células vivas que están debajo de las uñas.Hola, chicos, me llamo Oz el Ggande y Teggible, pero podéis llamarme Oz a secas. Al fin y al cabo, somos viejos amigos. Pasaba por aquí y he entrado un momento para traerte este pequeño infarto, este derrame cerebral, etcétera; lo siento, no puedo quedarme, tengo un parto con hemorragia y, luego, inhalación de humo tóxico en Omaha.Y la vocecita sigue gritando: «¡Te quiero, Tigger, te quiero! ¡Creo en ti, Tigger! ¡Siempre te querré y creeré en ti, y seguiré siendo niña, y el único Oz que habitará en mi corazón será ese simpático impostor de Nebraska! Te quiero…».Vamos patrullando, mi hijo y yo…, porque lo que importa no es el sexo ni la guerra, sino la noble y terrible batalla sin esperanza contra Oz, el Ggande y Teggible.“
„Veréis, mi espectacular llegada a la Universidad había causado un revuelo considerable. Había entrado en el Arcano en tres días en lugar de en tres bimestres, que era lo habitual. Era el miembro más joven, con casi dos años de diferencia. Había desafiado abiertamente a un maestro delante de toda la clase y me había salvado de la expulsión. Me habían azotado y no había llorado ni sangrado.Por si eso fuera poco, había conseguido enfurecer al maestro Elodin hasta el punto de que él me había empujado desde el tejado de las Gavias. Dejé que esa historia circulara sin corregirla, pues era preferible a la bochornosa verdad.Todo eso era suficiente para generar un constante flujo de rumores sobre mí, y decidí aprovecharme de ello. La reputación es como una especie de armadura, o un arma que puedes blandir en caso de necesidad. Decidí que, ya que iba a ser arcanista, ¿por qué no ser un arcanista famoso?Así que solté unas cuantas informaciones: me habían admitido sin carta de recomendación. Los maestros me habían dado tres talentos en lugar de cobrarme la matrícula. Había sobrevivido varios años en las calles de Tarbean, viviendo de mi ingenio.Incluso lancé unos cuantos rumores que eran auténticas sandeces, mentiras descaradas que la gente repetía pese a que resultaba evidente que no eran ciertas. Tenía sangre de demonio en las venas. Veía en la oscuridad. Solo dormía una hora todas las noches. Cuando había luna llena, hablaba en sueños, en un idioma extraño que nadie entendía.Basil, mi antiguo compañero de litera de las Dependencias, me ayudó a propagar esos rumores. Yo me inventaba la historia, él se la contaba a unos cuantos, y juntos veíamos cómo se extendían como el fuego por un campo. Era un pasatiempo muy entretenido.“
„Al final descubrí un delgado volumen, titulado El libro de los secretos, enterrado en lo más profundo de Catálogos Muertos. Era un libro extraño: estaba organizado como un bestiario, pero escrito como un abecedario para niños. Tenía ilustraciones en que aparecían seres de cuentos de hadas como ogros, troles y resinillos. Cada entrada tenía una ilustración acompañada de un poema breve e insípido.La entrada de los Chandrian era la única que no llevaba ilustración, por supuesto. En su lugar solo había una página vacía enmarcada con volutas decorativas. El poema no aportaba absolutamente nada:De un sitio a otro los Chandrian van, pero nunca dejan rastro ni sabes dónde están.Guardan sus secretos con mucho cuidado, pero nunca te arañan ni te pegan un bocado.No montan peleas ni arman jaleos.De hecho con nosotros son bastante buenos.Llegan y se van, te vuelves y se han ido, como un rayo en el cielo, como un suspiro.Pese a lo irritante que resultaba un texto tan superficial, al menos dejaba algo muy claro: para el resto de la gente, los Chandrian no eran más que cuentos de hadas infantiles. Tan irreales como los engendros o los unicornios.Yo sabía otra cosa, por supuesto. Los había visto con mis propios ojos. Había hablado con Ceniza, el de los ojos negros. Había visto a Haliax, envuelto en un manto de sombra.Continué mi infructuosa búsqueda. No me importaba lo que creyera el resto de la gente. Yo sabía la verdad, y no soy de los que se rinden fácilmente.“