„Realicemos nuestro día con el mismo propósito que anima a la Naturaleza, y no nos dejemos apartar del camino por cascara alguna o por ala de mosquito que puedan caer en él. Levantémonos temprano, ayunemos o desayunémonos pausadamente y sin perturbaciones; que venga y vaya la compañía, que tañan las campanas o lloren los niños; sigamos, determinados a hacer de ello un día. ¿Por qué habríamos de someternos e ir con la corriente? No nos sintamos perturbados y vencidos en ese terrible rápido arremolinado que llamamos almuerzo, sito en los bajíos del mediodía. Sortead este peligro, y estaréis a salvo para el resto de la jornada, que discurrirá luego cuesta abajo. Con nervios templados y vigor matinal, dejadlo atrás, y como Ulises atado al mástil, poned la mirada en otra parte. Si silba el motor, que lo haga hasta enronquecer de insistencia. Si tañe la campana ¿por qué hemos de apresurarnos? Consideremos qué música nos ofrecen. Resolvámonos a hacer nuestro camino, llevando adelante nuestros pasos a través del barro y lodo de la opinión, prejuicios, tradición, engaño y apariencias que, cual tierra de aluvión, cubren el globo entero desde París a Londres, Nueva York, Bostón y Concord, a través de Iglesia y Estado, a través de la poesía, la filosofía y la religión, hasta que alcancemos un suelo duro y rocoso, al que podemos llamar realidad, y digamos: «Héla aquí, no hay duda». Y entonces, comencemos, contando con un point d’appui, bajo crecidas, heladas o fuego; un lugar donde se pueda encontrar un muro o una propiedad, donde se pueda erigir sin problemas un farol, o acaso un medidor, no un Nilómetro sino un Realímetro, para que las generaciones futuras sepan qué caudal llegaban a alcanzar de vez en cuando las riadas de engaños y apariencias. Si os enfrentáis cara a cara con un hecho, veréis brillar el sol en sus dos facetas, como si fuera una cimitarra, y sentiréis su suave filo, que os divide por el corazón y la médula, concluyendo así vuestra carrera mortal. Trátese de vida o muerte, nosotros ansiamos sólo la realidad. Si en verdad morimos, que oigamos el estertor en nuestras gargantas y sintamos el frío de nuestras extremidades; si estamos vivos, vayamos a lo nuestro. El tiempo no es sino el río donde voy a pescar. Bebo en él, y mientras lo hago, veo su lecho arenoso y descubro cuán cerca se encuentra de mí. Su fina corriente discurre incansable, pero la eternidad permanece. Yo quisiera beber de más hondo; y pescar en el cielo, cuyo cauce está tachonado de estrellas. No puedo contarlas. Ignoro la primera letra del alfabeto. Siempre he lamentado no ser tan sabio como el día en que nací. La inteligencia es un hendedor; discierne y saja su camino en el secreto de las cosas. No deseo ocupar mis manos más de lo necesario. Mi cabeza es manos y pies. Siento concentradas en ella mis mejores facultades. Mi instinto me dice que aquélla es un órgano excavador, como los hocicos y garras de algunos animales, y con ella minaría y horadaría yo mi camino a través de estas colinas. En algún lugar de estos alrededores se encuentra, creo, la vena más rica; me lo dicen mi varita mágica y los mágicos vapores que ascienden serpenteando. Aquí comenzaré a minar.“
„[…] las cosas por las que se nos conoce son simples chiquilladas. Por debajo, todo está oscuro, todo se extiende, todo es insondablemente profundo; pero de cuando en cuando salimos a la superficie y por eso se nos conoce. A la señora Ramsay su horizonte le parecía no tener límites. Estaban todos los lugares que no había visto; las llanuras de la India; también se veía apartando la gruesa cortina de cuero de una iglesia romana. El núcleo de oscuridad podía ir a cualquier sitio, porque nadie lo veía. Nadie podía detenerlo, pensó, exultante. Allí estaba la libertad, allí estaba la paz, allí estaba —bien más precioso que ningún otro— la posibilidad de recogerse, de descansar sobre una plataforma de estabilidad. De acuerdo con su experiencia, nunca se encontraba descanso en tanto que uno mismo (aquí realizó una maniobra muy hábil con las agujas), pero sí como cuña de oscuridad. Al perder la personalidad se perdía la preocupación, la prisa, la agitación; y siempre le subía hasta los labios alguna exclamación para expresar su triunfo sobre la vida cuando las cosas confluían en aquella paz, aquel descanso, aquella eternidad; y, haciendo una pausa, volvió la vista para encontrarse con el destello del faro, el destello largo, el último de los tres, que era su destello; porque, siempre, al contemplar las cosas con aquel estado de ánimo a aquella hora del día, resultaba inevitable sentirse especialmente atraída por una de ellas; y aquella cosa, aquel destello largo, era su destello.“