„Relato recibido de Rhonda y Bob Baines De: Rhonda y Bob Baines Para: T. Harv Eker Asunto: ¡Nos sentimos libres! Fuimos al Mente Millonaria Intensivo sin saber realmente lo que podíamos esperar. Quedamos muy impresionados con los resultados. Antes de asistir al seminario estábamos teniendo muchos problemas de dinero. Parecía que nunca progresábamos. Continuamente estábamos endeudados y no sabíamos por qué. Liquidábamos los gastos de nuestras tarjetas de crédito (por lo general, con el dinero de una bonificación grande obtenida en el trabajo) sólo para volver a endeudarnos al cabo de seis meses. No importaba cuánto dinero ganásemos. Estábamos muy frustrados y discutíamos mucho. Entonces asistimos al Mente Millonaria. Mientras te escuchábamos, mi marido y yo no dejábamos de apretarnos mutuamente la pierna y de sonreír y mirarnos. Oímos una gran cantidad de información que nos hacía decir: «No me extraña», «Ah, es por eso», «Ahora todo tiene sentido». Estábamos muy emocionados. Aprendimos lo distinto que pensamos él y yo en lo referente al dinero; él gastaba y yo ahorraba: ¡qué horrible combinación! Después de oír la información, dejamos de culparnos uno al otro, empezamos a comprendernos mutuamente y, a la larga, comenzamos a apreciarnos y amarnos más. Ha pasado casi un año y seguimos sin discutir por el dinero: sólo hablamos de lo que aprendimos. Ya no estamos endeudados; de hecho, tenemos dinero ahorrado, por primera vez en dieciséis años: ¡sí! Ahora no sólo tenemos dinero para nuestro futuro, sino que también tenemos el suficiente para nuestros gastos normales de cada día, para juegos, educación, ahorros a largo plazo para una casa, e incluso para compartir y dar. Es una sensación maravillosa saber que podemos emplear dinero en esas áreas y no sentirnos culpables por haberlo destinado y dedicado a esos fines. Nos sentimos libres. Muchas gracias, Harv.“
„Una vez fui testigo del estrecho nexo entre la pérdida de la fe en el futuro y este peligroso darse por vencido. F., el jefe de mi barracón, compositor y libretista famoso, me confió un día: «Me gustaría contarle algo, doctor. He tenido un extraño sueño. Una voz me invitaba a desear cualquier cosa, bastaba con preguntar lo que quería conocer y mis preguntas serían satisfechas de inmediato. ¿Sabe qué pregunté? Cuándo terminaría la guerra para mí. Ya sabe lo que quiero decir, doctor, ¡para mí! Conocer cuándo seríamos liberados los de este campo y cuándo terminarían nuestros sufrimientos». «¿Y cuándo tuvo usted ese sueño?», le pregunté. «En febrero de 1945», contestó. Por entonces estábamos a principios de marzo. «¿Qué respondió la voz en su sueño?» En voz baja, casi furtivamente, me susurró: «El treinta de marzo.» Cuando F. me contó aquel sueño todavía se encontraba rebosante de esperanza y convencido de la certeza y veracidad del oráculo de la voz. Sin embargo, a medida que se acercaba el día prometido, las noticias que recibíamos sobre la guerra menguaban las esperanzas de ser liberados en la fecha indicada. El veintinueve de marzo, de repente, F. cayó enfermo con una fiebre muy alta. El treinta de marzo, el día en que según su profecía terminaría la guerra y el sufrimiento para él, empezó a delirar y perdió la conciencia. El treinta y uno de marzo falleció. Según todas las apariencias murió de tifus… Los que conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona su valor y su esperanza, o su falta de ambos y el estado de su sistema inmunológico comprenderán cómo la pérdida repentina de la esperanza y el valor pueden desencadenar un desenlace mortal. La causa última de la muerte de mi amigo fue la honda decepción que le produjo no ser liberado en el día señalado. De pronto se debilitó la resistencia de su organismo y sus defensas disminuyeron, dejándole a merced de la infección tifoidea latente. Su esperanza en el futuro y su voluntad de vivir se paralizaron, y su cuerpo sucumbió víctima de la enfermedad. Después de todo, la voz de sus sueños se hizo realidad. La observación de este caso, y sus consecuencias psicológicas, concuerda con un hecho que el médico del campo me hizo notar: la tasa de mortandad semanal durante las Navidades de 1944 y el Año Nuevo de 1945 superó en mucho las estadísticas habituales del campo. En su opinión, la explicación de este aumento de mortalidad no había que buscarla en el empeoramiento de las condiciones de trabajo, ni en una disminución de la ración alimenticia, ni en un cambio climatológico, ni en el brote de nuevas epidemias. A su entender, se trataba sencillamente de la ingenua esperanza que abrigaron la mayoría de los presos de ser liberados por las fiestas navideñas. Según se acercaba esa fecha, y al no recibir ninguna noticia alentadora, los prisioneros perdieron su valor y les venció el desaliento. Muchos de ellos murieron al debilitarse su capacidad de resistencia. Ya advertimos“
„Una vez fui testigo del estrecho nexo entre la pérdida de la fe en el futuro y este peligroso darse por vencido. F., el jefe de mi barracón, compositor y libretista famoso, me confió un día: «Me gustaría contarle algo, doctor. He tenido un extraño sueño. Una voz me invitaba a desear cualquier cosa, bastaba con preguntar lo que quería conocer y mis preguntas serían satisfechas de inmediato. ¿Sabe qué pregunté? Cuándo terminaría la guerra para mí. Ya sabe lo que quiero decir, doctor, ¡para mí! Conocer cuándo seríamos liberados los de este campo y cuándo terminarían nuestros sufrimientos». «¿Y cuándo tuvo usted ese sueño?», le pregunté. «En febrero de 1945», contestó. Por entonces estábamos a principios de marzo. «¿Qué respondió la voz en su sueño?» En voz baja, casi furtivamente, me susurró: «El treinta de marzo.» Cuando F. me contó aquel sueño todavía se encontraba rebosante de esperanza y convencido de la certeza y veracidad del oráculo de la voz. Sin embargo, a medida que se acercaba el día prometido, las noticias que recibíamos sobre la guerra menguaban las esperanzas de ser liberados en la fecha indicada. El veintinueve de marzo, de repente, F. cayó enfermo con una fiebre muy alta. El treinta de marzo, el día en que según su profecía terminaría la guerra y el sufrimiento para él, empezó a delirar y perdió la conciencia. El treinta y uno de marzo falleció. Según todas las apariencias murió de tifus… Los que conocen la estrecha relación entre el estado de ánimo de una persona su valor y su esperanza, o su falta de ambos y el estado de su sistema inmunológico comprenderán cómo la pérdida repentina de la esperanza y el valor pueden desencadenar un desenlace mortal. La causa última de la muerte de mi amigo fue la honda decepción que le produjo no ser liberado en el día señalado. De pronto se debilitó la resistencia de su organismo y sus defensas disminuyeron, dejándole a merced de la infección tifoidea latente. Su esperanza en el futuro y su voluntad de vivir se paralizaron, y su cuerpo sucumbió víctima de la enfermedad. Después de todo, la voz de sus sueños se hizo realidad.“
„Sacudimiento extraño que agita las ideas, como huracán que empuja las olas en tropel. Murmullo que en el alma se eleva y va creciendo como volcán que sordo anuncia que va a arder. Deformes siluetas de seres imposibles; paisajes que aparecen como al través de un tul. Colores que fundiéndose remedan en el aire los átomos del iris que nadan en la luz. Ideas sin palabras, palabras sin sentido; cadencias que no tienen ni ritmo ni compás. Memorias y deseos de cosas que no existen; accesos de alegría, impulsos de llorar. Actividad nerviosa que no halla en qué emplearse; sin riendas que le guíen, caballo volador. Locura que el espíritu exalta y desfallece, embriaguez divina del genio creador… Tal es la inspiración. Gigante voz que el caos ordena en el cerebro y entre las sombras hace la luz aparecer. Brillante rienda de oro que poderosa enfrena de la exaltada mente el volador corcel. Hilo de luz que en haces los pensamientos ata; sol que las nubes rompe y toca en el zenít. Inteligente mano que en un collar de perlas consigue las indóciles palabras reunir. Armonioso ritmo que con cadencia y número las fugitivas notas encierra en el compás. Cincel que el bloque muerde la estatua modelando, y la belleza plástica añade a la ideal. Atmósfera en que giran con orden las ideas, cual átomos que agrupa recóndita atracción. Raudal en cuyas ondas su sed la fiebre apaga, oasis que al espíritu devuelve su vigor… Tal es nuestra razón. Con ambas siempre en lucha y de ambas vencedor, tan sólo al genio es dado a un yugo atar las dos.“