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Relacionado con: flauta
„«Cuando trabajas, tú eres la flauta que convierte en música el susurro de las horas. Amar“
„Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartirá conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error está en tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee, descuidando cultivar aquellas que posee. A la búsqueda de esas virtudes fragmentarias aplicaré aquí lo que decía antes, voluptuosamente, de la búsqueda de la belleza.“
„Sólo hay una cosa peor que una flauta, dos flautas.“
„A veces la poesía es el vértigo de los cuerpos y el vértigo de la dicha y el vértigo de la muerte;el paseo con los ojos cerrados al borde del despeñadero y la verbena en los jardines submarinos;la risa que incendia los preceptos y los santos mandamientos;el descenso de las palabras paracaidas sobre los arenales de la página;la desesperación que se embarca en un barco de papel y atraviesa,durante cuarenta noches y cuarenta días, el mar de la angustia nocturnay el pedregal de la angustia diurna;la idolatría al yo y la disipación del yo;la degollación de los epítetos, el entierro de los espejos;la recolección de los pronombres acabados de cortar en el jardín de Epicuro y en el de Netzahualcoyotl;el solo de flauta en la terraza de la memoria y el baile de llamas en la cueva del pensamiento;las migraciones de miríadas de verbos, alas y garras, semillas y manos;los substantivos óseos y llenos de raíces, plantados en las ondulaciones del lenguaje;el amor a lo nunca visto y el amor a lo nunca oído y el amor a lo nunca dicho:el amor al amor.“
„Una de las esperanzas dejó en el suelo su pez de flauta —pues las esperanzas, como el Rey del Mar, están siempre asistidas por peces de flauta“
„Dado que Imre era un refugio para la música y el teatro, quizá penséis que yo pasaba mucho tiempo allí, pero nada podría estar más lejos de la verdad. Solo había estado en Imre una vez. Wilem y Simmon me habían llevado a una posada donde tocaba un trío de hábiles músicos: laúd, flauta y tambor. Pedí una jarra de cerveza pequeña que me costó medio penique y me relajé, dispuesto a disfrutar de una velada con mis amigos…Pero no pude. Apenas unos minutos después de que empezara a sonar la música, casi salí corriendo del local. Dudo mucho que podáis entender por qué, pero supongo que si quiero que esto tenga algún sentido, tendré que explicároslo.No soportaba oír música y no formar parte de ella. Era como ver a la mujer que amas acostándose con otro hombre. No. No es eso. Era como…Era como los consumidores de resina que había visto en Tarbean. La resina de denner era ilegal, por supuesto, pero había partes de la ciudad en que eso no importaba. La resina se vendía envuelta en papel encerado, como los pirulís o los tofes. Mascarla te llenaba de euforia. De felicidad. De satisfacción.Pero pasadas unas horas estabas temblando, dominado por una desesperada necesidad de consumir más, y esa ansia empeoraba cuanto más tiempo llevabas consumiéndola. Una vez, en Tarbean, vi a una joven de no más de dieciséis años con los reveladores ojos hundidos y los dientes exageradamente blancos de los adictos perdidos. Le estaba pidiendo un «caramelo» de resina a un marinero, que lo sostenía fuera de su alcance, burlándose de ella. Le decía a la chica que se lo daría si se desnudaba y bailaba para él allí mismo, en medio de la calle.La chica lo hizo, sin importarle quién pudiera estar mirando, sin importarle que fuera casi el Solsticio de Invierno y que en la calle hubiera diez centímetros de nieve. Se quitó la ropa y bailó desenfrenadamente; le temblaban las pálidas extremidades, y sus movimientos eran patéticos y espasmódicos. Entonces, cuando el marinero rio y negó con la cabeza, ella cayó de rodillas en la nieve, suplicando y sollozando, agarrándose desesperadamente a las piernas del marinero, prometiéndole que haría cualquier cosa que le pidiera, cualquier cosa…Así era como me sentía yo cuando oía tocar a unos músicos. No podía soportarlo. La ausencia diaria de mi música era como un dolor de muelas al que me había acostumbrado. Podía vivir con ello. Pero no soportaba ver cómo agitaban delante de mí el objeto de mi deseo.“