„Volvía a ser de noche. En la posada Roca de Guía reinaba el silencio, un silencio triple.El primer silencio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera habido caballos en los establos, estos habrían piafado y mascado y lo habrían hecho pedazos. Si hubiera habido gente en la posada, aunque solo fuera un puñado de huéspedes que pasaran allí la noche, su agitada respiración y sus ronquidos habrían derretido el silencio como una cálida brisa primaveral. Si hubiera habido música… pero no, claro que no había música. De hecho, no había ninguna de esas cosas, y por eso persistía el silencio.En la posada Roca de Guía, un hombre yacía acurrucado en su mullida y aromática cama. Esperaba el sueño con los ojos abiertos en la oscuridad, inmóvil. Eso añadía un pequeño y asustado silencio al otro silencio, hueco y mayor. Componían una especie de aleación, una segunda voz.El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en las gruesas paredes de piedra de la vacía taberna y en el metal, gris y mate, de la espada que colgaba detrás de la barra. Estaba en la débil luz de la vela que alumbraba una habitación del piso de arriba con sombras danzarinas. Estaba en el desorden de unas hojas arrugadas que se habían quedado encima de un escritorio. Y estaba en las manos del hombre allí sentado, ignorando deliberadamente las hojas que había escrito y que había tirado mucho tiempo atrás.El hombre tenía el pelo rojo como el fuego. Sus ojos eran oscuros y distantes, y se movía con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.La posada Roca de Guía era suya, y también era suyo el tercer silencio. Así debía ser, pues ese era el mayor de los tres silencios, y envolvía a los otros dos. Era profundo y ancho como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un río. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.“
„Nos gastamos más de la mitad de la vida buscando a alguien que se parezca tanto a nosotros para que nos lo llevemos a la casa y podamos empreder un especie de aventura sentimental. Pero siempre decimos: «tiene que ser igual a mí» como si nosotros fuesemos la gran cosa. De repente a uno le pasa que después de un rato de tratar de conseguir a una gente así, descubre que después del tiempo ella sale del cuarto, saca la cabeza y dice: «noche» y uno le contesta: «día», porque así nada más… Uno dice: «blanco», ella dice: «negro», a uno le gusta el fútbol, a ella le gusta el béisbol y entonces uno comienza a cometer errores. Uno trata de largarse del lugar, voltea a ver y se supone que tendría que estar pero se largó antes que nosotros. Uno va y busca por la vida un nuevo camino. Entonces uno se busca una mujer que se parezca mucho a nosotros, una que le guste el fútbol también. Y se consigue a una chica que le gusta el fútbol y ella se consigue a un tipo que le gusta el béisbol. Y cada uno emprende su nuevo camino. A mí me pasó y era impresionante cuando empecé a salir con esta chica porque yo decía: «hoy tengo ganas… como no sé… de ir al cine» y ella me decía: «es justo lo que estaba pensando, yo también quiero ir al cine». Íbamos a un bar, yo pedía un trago, pedía: «a mí me da un tequila, por favor» y ella decía: «yo también quiero un tequila, me encanta el tequila». Entonces se convierte todo en algo tan maravilloso, tan organizado y tan perfecto que me bastaron 14 días para aburrirme totalmente de aquella mujer. Mientras por el otro lado, la que se fue con el beisbolista, estaba padeciendo la misma historia, sólo que ella aguantó un poquito más que yo, aguantó 15 días. Al día número 16 nos hablamos por teléfono, nos citamos en un café, charlamos un rato y llegamos a la maravillosa conclusión que para ser amigos es importantísimo ser bastantes parecidos y afines, pero para ser amantes y amarse no hay nada mejor en el mundo que ser distintos.“