„Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo. Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido. No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria. Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte, ¡¡ARRIBA ESPAÑA!! ¡¡VIVA ESPAÑA!!“
„El sufrir es muy largo y no puede dividirse por los estaciones del año. Sólo nos es posible señalar su presencia y advertir su retorno. Para nosotros el tiempo no avanza: gira. Parece formar un círculo alrededor de este eje: el dolor. La paralizadora inmovilidad de una vida regulada, hasta en sus más ínfimos detalles, por una rutina inmutable, de suerte que conforme, bebemos, nos paseamos, dormimos y rezamos – o por lo menos, nos arrodillamos para rezar – conforme a los inflexibles dictados de un reglamento de hierro; esa inmovilidad que hace que cada día sea, con todos sus horrores, y hasta en sus más pequeños detalles, idéntico a sus hermanos, parece comunicarse a aquellas fuerzas exteriores, cuya existencia es una perpetua variación. Nada sabemos de la siembra ni de las cosechas, de los segadores doblados sobre las espigas o de los vendimiadores deslizándose entre las vides; de la hierba del jardín, ornada con el blanco manto de las flores caídas, sobre la cual se hallan esparcidos los frutos maduros. Nada sabemos, nada podemos saber.Para nosotros sólo hay una estación, la del dolor. Parece incluso como si nos hubieran arrebatado hasta el sol y la luna. Fuera podrá brillar el día con tonos azulados o dorados, pero la luz que se filtra por el espeso cristal del ventanillo con barrotes de hierro bajo el cual nos hallamos sentados, es mísera y mortecina. En nuestra celda vecina reina constantemente la penumbra, y la noche invade siempre nuestro corazón. Y todo movimiento se detiene, igual que en el girar del tiempo, en la esfera del pensamiento.“