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vals
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„¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza,trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!Todos se han despojado de su sayo de piel:lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:parecen, cuando giran en sombrías refriegas,rígidos paladines, con bardas de cartón.¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!y responden los lobos desde bosques morados:rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno…Zarandéame a estos fúnebres capitanesque desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,un rosario de amor por sus pálidas vértebras:¡difuntos, que no estamos aquí en un monesterio!“
„Te quiero, te quiero, te quiero, con la butaca y el libro muerto, por el melancólico pasillo, en el oscuro desván del lirio, en nuestra cama de la luna y en la danza que sueña la tortuga. ¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals de quebrada cintura.“
„Alcides Carreño estrenó en 1930 el más famoso vals de Pinglo, «El Plebeyo».“
„Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violin en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que iba la mañana siguinte, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás.“
„No le dijo a nadie que se iba, no se despidió de nadie, con el hermetismo férreo con que sólo le reveló a la madre el secreto de su pasión reprimida, pero a la víspera del viaje cometió a conciencia una locura última del corazón que bien pudo costarle la vida. Se puso a la medianoche su traje de domingo, y tocó a solas bajo el balcón de Fermina Daza el valse de amor que había compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían y que fue durante tres años el emblema de su complicidad contrariada. Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás..“