„¿Y si, al fin y al cabo, hubiera justicia para todos? Para cada mendigo desatendido, cada palabra ruda, cada obligación incumplida, cada ligera… cada decisión… Porque aquello ero lo importante, ¿no? Que había que decidir. Podías tener razón o podías equivocarte, pero tenías que decidir, a sabiendas de que tal vez el acierto o la equivocación nunca llegarían a estar claros, o que incluso podías estar decidiendo entre dos tipos de equivocación, porque no había acierto alguno en ninguna parte. Y siempre, siempre, lo hacías sola. Tú eras la que estaba allí, en el límite, mirando y escuchando. Nunca había lágrimas, nunca había disculpas, nunca había remordimientos… Todas aquellas cosas te las guardabas de manera que pudieras usarlas cuando hicieran falta.“

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