„No había nada que deseara más que meterse en la cama junto a ella, trazar el contorno de su rostro con los dedos: amplios pómulos, barbilla puntiaguda, ojos medio cerrados, pestañas como encaje contra la yema de los dedos. Su cuerpo y su mente estaban más que agotados, demasiado exhaustos para sentir deseo, pero el anhelo de proximidad y compañerismo permanecía. El tacto de las manos de [ella], su piel, era un alivio que nada más podía, proporcionarle.(…)Habían dormido uno junto al otro muchísimas veces, pero nunca se había dado cuenta de lo diferente que resultaba cuando podías acomodar la forma de otra persona entre tus brazos. Unir tu respiración a la de ella.“

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